viernes, 4 de noviembre de 2011

DE BOLEROS Y OFICINAS

Leer escuchando este bolerazo: 


http://www.youtube.com/watch?v=C93ugMM8ecs



¿Y que se puede decir cuando el alma es un barco lleno de agujeros? Cierto que nos sentíamos peligrosamente cerca, pero había distancias sociales con nombres de terceros, con placas de puestos y organigramas empresariales. Pero las ganas estaban ahí abriendo sus pétalos de orquídea....



No éramos los mismos de ayer. Nuestros nombres habían mutado. Ya no eran “Felo” y “Mafe”. No. Ahora llevaban un Don y una Doña por delante. No por un asunto de edades, era más por el formalismo del estado civil.  Nos vimos, pero no como se ve la gente todos los días con esas miradas de cristal empañado. Nos vimos sin estos trapos que soportamos todos los días -es decir- nos vimos la cara y nos adivinamos desnudos.

Nuestras adolescencias transcurrieron en esa carrera de quitarnos -un poco- el uniforme y hacerlo como salvajes: apresurados y violentos. Nuestros recuerdos sabían a sal de nuestros cuerpos mientras compartíamos una soda y ahogábamos el silencio con lentas bocanadas de humo de nuestros primeros cigarrillos.

Luego. Luego ella se fue. Mudó de tierra, de intereses, de cara y de nombre. Paso de ser mi “Mafe” a ser solo mi “Ex” en esa larga hilera de “Exs” que cargamos todos antes de entrar a la Universidad.  Y así pasó el tiempo, con esa falsa ilusión de que no existe una segunda marea alta que nos vuelva a traer en medio de un mar de hormonas, aquel furor adolescente que se nos olvidó.

Pero llegó ella valija en mano, con las caderas más anchas, los pechos más grandes y con los mismos ojos de niña. Entró a mi oficina sustituyendo a un jefe que renunció. Desde la primera mirada, empezamos a agitar la cuerda de un viejo bolero, que temíamos cantar de nuevo juntos:

“…tengo miedo de quererte… por la distancia que veo en tus ojos, tu estás tan cerca de mí en todo momento…que ya no siento… mi corazón…”

Ya solos en la oficina, toqué su mano. La sostuve para ver si la quitaba. Y ella me respondió cerrando los ojos y abriendo sus pestañas como una ala de mariposa dormida. La ropa fue cayendo como quién le quita la cáscara a una naranja y el zumo de su sexo inundó tanto la habitación, que ya lo sentía en mi paladar.

Tuve que bajar. Necesitaba comprobar ese sabor a fruta que tanto me alimentó de joven. Y ahí estaba como un durazno recién salido de la lata, su dulce de conserva corría por mis mejillas y por mi candado.

Sus manos amasaban esos pechos blancos, donde ya coronaban dos cúpulas de fresa,  que se alzaban como banderas rojas que pedían escalar con los labios esas montañas.

Luego ese momento de gloria: ver sus piernas separadas, ver ese sexo afeitado y húmedo que palpitaba. Ver los diminutos vellos de sus espalda erizarse cuando mi pene comenzaba a abrir esas cortinas de carne.

Y ya adentro, sentir esa textura deliciosa que apretaba y cedía al mismo tiempo.  Ver esa mirada retorcida que daba ella cuando volteaba a verme con los labios abiertos y vencidos.

Ella. Encima mío. Con esa gloria de pechos sostenidos por mis manos. Con sus caderas de pistones subiendo y bajando, haciendo que los ríos se desbordaran en su cauce de carne de sombras grises.

Sus tobillos sobre mis hombros. El temblor de sus pechos con las arremetidas. Su cara roja como un volcán al que se le sale la lava por las comisuras de las nalgas. Ella, toda ella llenando la habitación con un grito que dejaba surcos en mi espalda.

Habíamos dejado de ser el empleado y la jefa, el señor y la señora.
Luego de tres meses de trabajar sin hablarnos mucho, ella me dijo con las mejillas llenas de azúcar :

-Felo-
y yo dije –Mafe-




2 comentarios:

Anónimo dijo...

No es muy tu estilo !! Lo siento pero suena a Corin Trillado y un poco a cuento erótico !!!

Yo, con la que siempre peleas ;)

René Pino Granados dijo...

Es un trabajo que hice para un grupo de escritoras chilenas que escribe exactamente eso: cuentos eróticos.