http://www.youtube.com/watch?v=fTWfgmkJ3Mk
Con el inventario de pasos que daba en la calle, su parte ociosa se desmenuzaba en mendrugos de pan que dejaban un rastro invisible del bosque del trabajo hasta la casa de galletas de un lugar lleno de luces de neón.
Mirarse así mismo en el espejo empañado del recibidor era una analogía de quién era el en ese lugar: un individuo sin rostro, como tantos que pasan por ahí. Esperar a la Mademe era lento y tedioso. Así que pensaba en el mar. El mar que a cada rato cambiaba de páginas. El mar que era como un cofre azul que lo guardaba todo.
-Su habitación está lista-
Dulces palabras de miel. Subir las escaleras con un pasito de golpe de xilófono creando una extraña melodía al perderse cuartos arriba. Y luego. Luego mirar las curvas alquiladas darle fuego a las entrañas. Ver el techo de la habitación llenándose de querubines y sentir La Gloria abriendo su puertas doradas después de un grande y prolongado OOOoooooooooOOooooOOooOOOoOOoOoOOOoooooH.
Y luego nada. Después de que le habían dado la dicha inmensa, el reloj se la arrebata. Las horas han vencido y el debe regresar a su antigua piel de cordero. El traje de lobo se queda tras la puerta 27. Con ella: la innombrable y mil veces bendita.
Luego regresar...
Regresar como un muñeco sin cuerda agitado dentro de la caja de un autobús que lo conduce a la casa, al grillete, a la represión. Mirar por la ventana como pasa el mundo mientras el se vuelve cada vez más cordero. Pensar en el mar: grande, azul, callado y eterno. Soltar de nuevo el ancla y tratar de respirar el aire enviciado del "hasta que la muerte nos separe".
Y más tarde, cuando todos duermen, esperar un momento despierto a que el cuerpo recuerde lo del cuarto 27, para cerrar los ojos con una sonrisa en los labios, morir a la vida seria y entregarse a los sueños descabellados.
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