viernes, 4 de junio de 2010

Confesiones del Paredón

En breve caeré. Pasaré a engrosar las listas de los héroes sin estatuas y tan solo seré una bandera en las manos de mi madre. Lamento haber pensado tanto en la medallita del honor. En dejar que los discursos fueran más importantes que los atardeceres o que el deber con la patria fuera más importante que explorar las caderas de la pecosa Amelia Thompson. Al sitio donde voy me lleva un baño de plomo. Dudo mucho que me permitan la alegría de besos que quería estrenar con Amelia. Si pido que de último deseo que me suelten, me soltarán? Quiero que llueva. Cuando era niño en Alabama me gustaba brincar en los charcos y ver la telaraña del aguacero lanzar su red sobre las formas de la granja. Maldito sol del oriente. Voy a morir en una tierra de polvo seco como una lagartija tirada al sol. Habrá Dios? Si existe que me perdone. No tuve muchas opciones... o me hacía soldado o moría de pobre en la granja de mis padres. Aunque escuchando los rifles cargarse, es no sería un mal fin. Me gustaría rescatar alguna parte de mí y liberarla en alguna forma nueva. No sé si en un colibrí o en un armadillo. Esos dos eran mis animales favoritos cuando era niño. Mamá siempre me regañaba cuando me sorprendía torturando a un armadillo dándole golpecitos con un palo. pobre criatura en su forma de bola. Ojala yo pudiera atrincherarme así para poder defender la integridad de mis sueños que se irán en fuga cuando ya no haya cuerpo vivo que los contenga. Perdóname mamá por no haber aprendido que la fuerza de tu ternura y compasión es la que te permite disfrutar la vida. La fuerza de los puños solo llama a la muerte. Ya dispararon los rifles... Dios quisiera creer que existe el cielo... pero si existe, yo ya estoy condenado....

1 comentario:

Anónimo dijo...

A veces hay soldados que no mueren con el frío plomo en la piel, sino una helada palabra en los labios de quien se amó. Me gustó, felicidades menso